28 de abril de 2011

Recuerdos de viaje

(Un recuerdo, apelando a la memoria, de obras artísticas, monumentos y lugares vistos durante viajes)


La coronación de Napoleón
José Trepat

Creo que el título es apropiado, porque soy apenas un observador acuciado por la curiosidad, y de ninguna manera un entendido en ninguna de las expresiones que conforman lo que englobamos como obras de arte.

De qué manera una creación artística afecta la sensibilidad de una persona es algo que no vamos a discutir. Se puede sentir admiración por la magnificencia de una obra, por la refinada técnica empleada, por la concepción de formas y colores, por su monumentalidad, por la interpretación que cada uno se hace sobre lo que quiso transmitir el artista, o más simplemente por el impacto visual que la misma provoca.

Es indudable que muchos nos situamos frente a una pintura, una escultura o un monumento, condicionados por lo que poco o mucho que hayamos leído. Si todos los comentarios han sido favorables, cuando veamos la obra probablemente opinaremos lo mismo, porque personas que saben más que nosotros así lo han establecido. También se puede discrepar pues en materia de gustos no hay nada escrito, según el dicho popular.

En esta serie de notas que hoy comienza, la idea es volver a visitar –esta vez con la memoria y el material gráfico que encontremos- aquellas obras de arte que hemos tenido la suerte de contemplar personalmente a lo largo de varios años de viajes no siempre bien aprovechados, debido a horarios, poco tiempo y modestia de recursos económicos.

Para quien esto escribe será como pagar una deuda de gratitud hacia los grandes artistas que las hicieron posibles, y al mismo tiempo enriquecernos culturalmente mientras investigamos, y buscamos material que nos sirva para redactar estas notas. Muchas de las grandes creaciones artísticas fueron vistas fugazmente, de paso, sin dedicarles el tiempo y la atención que merecen.

La lista es muy larga, pero iremos transitando esta retrospectiva del archivo de la memoria, de acuerdo con las posibilidades. Para comenzar este viaje de un lego por los caminos del arte, iremos al Museo del Louvre para volver a ver La coronación de Napoleón (Le Sacre de Napoléon), de Jacques-Louis David.


En mi única visita a París, hasta ahora, el Museo del Louvre era cita obligada, pero dado sus dimensiones, el recorrido debía ser acotado y, dentro de lo posible, caminar ligerito observando a derecha e izquierda gran cantidad de obras que obviamente pasaban desapercibidas.

Munidos de un plano, nos dirigimos en primer término hacia el sitio donde se encontraba La Gioconda, una de las “estrellas” del museo. Al doblar en uno de los innumerables pasillos, un compacto grupo (la mayoría japoneses), no dejaba dudas de que era allí. Efectivamente, separado por una valla y protegido por un grueso cristal, estaba La Gioconda de Leonardo da Vince, acribillada por las cámaras. Poco pudimos ver de la pintura, salvo sentir la sensación de que estábamos frente al “mayor tesoro” de la pintura universal.

Esta breve referencia a La Gioconda es solo para relatar que fue el preludio del encuentro con el cuadro que realmente me impactó y me dejó boquiabierto. Caminando por la galería vimos en diagonal un monumental lienzo de 10 metros de largo por seis de alto. Nos situamos frente al mismo y allí estaba: La coronación de Napoleón, cuadro del cual no tenía idea.

Podía haberme pasado horas contemplando cada detalle y a diferencia de La Gioconda, el visitante podía acercarse a pocos centímetros de la tela para observar las pinceladas. Así percibí claramente como el artista había pintado la capa de armiño de Napoleón. A esa distancia ese detalle de la pintura no me decía nada, pero al alejarme unos pasos, la sensación fue indescriptible: la capa de armiño roja con bordes blancos parecía absolutamente real, como sucedía también con otros elementos del cuadro.

Dibujo previo a la pintura
Obviamente , lo que admiré fue la técnica perfecta empleada por el pintor.
Ahora, al investigar, me entero de que Jacques-Louis David, pintor oficial de Napoleón Bonaparte, pintó el cuadro entre 1805 y 1808 para legar a la posteridad la ceremonia de coronación y consagración que tuvieron lugar en la catedral de Notre Dame.

Asistido por su alumno Georges Rouget, David da el último toque a la obra en noviembre de 1807, y mantiene la propiedad de la misma hasta 1819, año en que se cede a los museos reales, que lo almacenan hasta 1837. Se instala entonces en la sala de la Consagración del museo histórico del castillo de Versalles, y en 1889 es enviado al museo del Louvre.

El cuadro, que pertenece al neoclasicismo, representa el momento en que Napoleón corona a su esposa Josefina. Están representados unos 100 personajes, todos reales.
La corona de laurel indica la fascinación de Napoleón por el imperio romano. Un dato curioso es que la madre de Napoleón I nunca estuvo en la ceremonia, pero el Emperador ordenó que igualmente fuera pintada.

Dibujo de David que se conserva en el Louvre
Crónicas de la época relatan: Hubo en primer lugar grandes debates sobre la coronación particular del emperador." La primera idea era que el papa le colocaría la corona con sus propias manos; pero Bonaparte se negaba a la idea de recibirla de él. Se determinó finalmente que el propio emperador se coronaría y que el papa daría solamente su bendición [... ] Llegado a Notre Dame, el emperador permaneció algún tiempo en el arzobispado para revestir sus grandes ropas que parecían aplastarlo un poco. Su pequeño tamaño se fundía bajo su enorme manto de armiño. Una simple corona de laurel ceñía su cabeza; se asemejaba a una medalla antigua. Pero tenía una extrema palidez, verdaderamente emocionado y con la mirada turbia. Después de haberse coronado él mismo, Napoleón corona a Joséphine..

La primera versión de la obra representaba al emperador coronándose a sí mismo, pero Napoleón juzgó la escena demasiado arrogante e irrespetuosa para la figura del Papa.
Otro detalle es que David representa a Josefina notablemente rejuvenecida cuando en realidad tenía ya 40 años de edad.

espués de la caída de Napoleón, David se exilió en Bruselas, donde habría de vivir hasta su muerte. Durante esos últimos años retornó a los temas inspirados en la mitología griega y romana.
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1 comentario:

flaco dijo...

A José:me encanta que retomes tus experiencias o sensaciones vividas y las vuelques en tú blog, ya que como decía Félix Luna "Todo es historia". Como un enamorado de la misma creo que al ver con ojos curiosos la realidad nos das otro ángulo de la misma. Me gustaría mucho más pero se que sos muy ecuménico en tus notas.Amén