22 de octubre de 2012

Una opinión



José Trepat
Normalmente, sin presiones de ningún tipo y después de haber leído los periódicos online y repasado el correo electrónico, todas las mañanas me pregunto si de todo lo visto puedo extraer alguna idea para publicar en este blog. Ideas casi siempre hay, pero otra cosa es tener las ganas de intentar darles forma y ponerme a ello.

Hoy no lo dudé; alguien había leído mi reseña del libro El invierno del mundo, publicada hace pocos días, y expresaba su opinión a través de un mail personal pero invitándome al mismo tiempo a publicarla como entrada del blog. Claro que acepto el envite, como si de un juego de naipes se tratara: tú has hecho una jugada, ahora me toca a mí. En este caso, el juego es cambiar opiniones.

Mi colega periodista, rival de ajedrez y querido amigo, Orlando Lizama, se ha tomado la molestia de expresar lo que piensa sobre el libro en cuestión, al que menciona como Winter of the World, porque seguramente lo leyó en inglés, igual que un servidor. A Orlando la novela no le gustó, a mi sí, pero con reservas que en la nota expongo superficialmente; intentaré aquí profundizar un poco en ellas.

Las reseñas las escribo inmediatamente después de terminar el libro para dejar constancia de la primera impresión que me causó, sin haber leído previamente ninguna crítica que pudiera condicionarme en uno u otro sentido. Después sí, las leo y las digiero, igual que el mail de mi amigo.

Me parece conveniente y justo publicar primero el correo de Orlando y opinar después.

José: 
¿Es legítimo que un escritor de fama mundial utilice su prestigio para seguir forrándose de dinero merced a su supuesta calidad literaria? Parece que sí. Ya lo han hecho ganadores del Premio Nobel, como el peruano Mario Vargas Llosa o la chilena Isabel Allende y no extraña que lo haya hecho Ken Follett en su último mamotreto. 

"El invierno del mundo" (The Winter of the World) ha sido una decepción enorme y la terminé sólo porque quería darte a conocer mi opinión y con la mínima esperanza de que mejorara en las últimas páginas. Cuesta creer que un escritor de tanto prestigio junte acontecimientos importantes del siglo pasado, les ponga un montón de personajes y nos atiborre con mil páginas de inconsecuencia. Por un momento me pareció estar viviendo esas películas de mi infancia en las que los productores estadounidenses caricaturizaban a los alemanes como nazis crueles, a los judíos como borregos, a los japoneses como crueles y traicioneros y a los soviéticos como comunistas malvados. 

Por supuesto, los soldados americanos eran esbeltos, rubios, de ojos azules, valientes, honestos, simpáticos y buenas personas. Es probable que Follett haya pensado que su obra sería comparable a La guerra y la Paz y por eso pretendió facilitarnos la tarea entregándonos la lista de los personajes y su relación familiar. Se le agradece la molestia pero no era necesario. Sin excepción cada uno era personaje de novela o depelícula barata, como aquellos que encarnaban una y otra vez John Wayne, Gary Cooper y Dana Andrews en los bodrios bélicos que produjo Hollywood en el decenio de 1940 y comienzos  de 1950. 

Los acontecimientos descritos en la novela, la Guerra Civil de España, el comienzo y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y la creación de las Naciones Unidas han sido un tema manoseado y archi conocido sobre todo por quienes tienen algún interés en la historia y la buena literatura. No había para qué escribir tanto sobre el nacimiento del nazismo, la irrupción de Hitler, la persecución de los judíos, el ataque a Pearl Harbour, o la batalla de Midway. Si hubiese ofrecido alguna novedad, estoy de acuerdo. Pero ya lo había leído en los libros de historia y en los centenares de películas gringas. 

Es claro que Follett no estaba muy enterado del conflicto español y por eso se limitó a una pincelada aquí y otra allá. Y a otra cosa. En el exterior, y especialmente en Estados Unidos, se sabe tan poco sobre esa guerra que tal vez hubiese valido la pena que alguien dedicara un relato novelado para que los gringos conozcan más el problema. (De algo se enteraron algunos en Por quien doblan las campanas). Nuestro estimado autor ni siquiera se atreve a pisar callos en su obra. 

Presenta dos problemas actuales de la sociedad estadounidense: el homosexualismo en las fuerzas armadas y el amor interracial. Resuelve uno de manera ridícula con un acto de heroísmo típico de las películas gringas durante la invasión de Normandía, y deja colgando el segundo. Y en esto de las soluciones saca de la manga las más increíbles y ridículas. ¿Acaso alguien podría pensar que era verosímil el encuentro fortuito de los hermanos Peshkov, ambos dedicados al espionaje, uno gringo y el otro soviético? 

Pero todavía más imposible de tragar fue el conflicto entre dos medio hermanos enfrentados por el amor de una mujer. Ocurre durante una emboscada a un tren en los estertores de la guerra. Uno en tierra y el otro, el malvado, al mando de avión de combate. Este último cae a tierra con el aparato y es rescatado malherido por su hermano. Convenientemente recupera el conocimiento y segundos antes de morir hace entrega a su hermano plebeyo del objeto de su pugna. 

Hace unos meses leí la novela Dime quién soy, de Julia Navarro. Es tan larga como la de Follett y lleva al lector a través de casi los mismos acontecimientos de la historia reciente. Pero sus personajes son seres humanos creíbles, con virtudes y defectos, no caricaturas. Pero, claro, Follett es un escritor de fama mundial y a la escritora española son pocos los que la conocen......
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Verán en la reseña que mi escala de calificación le adjudica Bueno+, o sea que está por debajo de Muy bueno, Muy bueno+, Excelente y Obra maestra. El signo + fue para diferenciarlo de La caída de los gigantes, pues este que nos ocupa me pareció más dinámico.

Hecha esta aclaración y salvo algunas situaciones difíciles de digerir que veremos más adelante -y en lo que ambos coincidimos- para el lector que busca entretenimiento y no conoce muchos aspectos de la Segunda Guerra Mundial, esta novela le puede resultar interesante si la ubica en su contexto. Como digo en mi nota, Ken Follett es un fabricante de best sellers y este libro es un exponente de ello. Ni tú ni yo, Orlando, vamos a pensar que este señor es tonto y que seguramente no se le pasó por su cabeza plateada que esta obra suya podría ser comparada con Guerra y Paz, por ejemplo. También digo que el lector no debe formarse una opinión sobre este período de la historia SOLO con lo que cuenta Follett.

Tienes razón Orlando cuando dices que los personajes son de folletín o de película norteamericana de los años 50; así lo pensaba mientras avanzaba en la lectura. Es como si Follett estuviera relatando alguna escena  de esas heroicas producciones hechas durante y después de la guerra.

Tenía apuntado para incluir en mi reseña -y lamento no haberlo hecho- lo que ahora veo que también te ha llamado la atención: el melodramático y "casual" encuentro de los hermanastros en una situación límite. Es que aquí Follett estaría escribiendo esa escena a la noche y le vino el sueño; podría haberse esforzado un poco más. Cuento la escena para quienes no saben de que se trata.

Lloyd, teniente del ejército, está enamorado de Daisy, esposa de Boy, a quién no ama pues a quién quiere es a Lloyd. En determinado momento nos enteramos de que Lloyd y Boy son hermanastros y no simpatizan mutuamente. La guerra lleva a los dos a los campos de Normandía. Boy es piloto de la RAF y tras una heroica misión su avión se estrella.....precisamente donde se encontraba Lloyd  al frente de una patrulla. Lloyd acude al rescate y extrae al piloto de la carlinga. Al quitarle el casco descubre, ohhh.........que es su hermanastro. Boy esboza una media sonrisa y, con el último aliento de vida, le dice "quédate con la bruja", refiriéndose a Daisy, a la que le negaba el divorcio. Ay!!! Follett, aquí la pifiaste lindo.

Pero seamos condescendientes; es una escena entre centenares que llenan las 960 páginas, y que están resueltas con oficio de buen novelista, que lo es sin duda, aunque no está a la altura de Herman Wouk, Irving Shaw  y ni que hablar de Graham Greene o John Steinbeck. Pero Follett vende bien sus libros y si con ello promueve la lectura, bienvenido sea. Está en cada uno de nosotros ir puliendo nuestros gustos literarios.

El tema del marketing está bien expuesto por Orlando cuando menciona la novela Dime quien soy, de la española Julia Navarro. También lo leí y me pareció excelente, con personajes que parecen reales y no de celuloide.

Orlando, creo que en líneas generales no estamos tan en desacuerdo, pero me ha quedado una duda: ¿leerás el tercer y último volumen de esta trilogía? o el señor de cabellos plateados ya te ha llenado el vaso?

Un abrazo y gracias por tu aporte y por darme tema para que el blog no quedara hoy en blanco..
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PD: Orlando menciona en su mail a dos escritores latinoamericanos, Mario Vargas Llosa e Isabel Allende. Ya que estamos, vamos a posicionarnos brevemente: Vargas Llosa me aburre soberanamente (lo lamento) con una excepción, el desopilante Pantaleón y las visitadoras. En cuanto a Isabel Allende, todo lo contrario; su estilo me resulta muy placentero y las historias que cuenta, sumamente interesantes. Leí todas sus obras menos las dos últimas.
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