14 de septiembre de 2016

Segunda visita a Lourdes (3)

Seguimos en la casa de la familia Soubirou
La cama de Bernadette

Detalle del balcón interior
La visitamos, tomamos fotos y escuchamos las explicaciones. Como estábamos a la sombra, fue una pausa relajante que nos vino muy bien. Pero había que seguir. 


La siguiente etapa era la cárcel (le cachot), un calabozo en desuso de cuatro por cuatro metros donde vivieron un tiempo los siete miembros de la familia Subirou, cuando el padre tuvo que abandonar el molino por no poder pagarlo.  

Desde allí, el 11 de febrero de 1858, Bernadette partió hacia la gruta para recoger leña y entonces se produjo -según las fuentes que alimentan esta historia- la primera de las 18 apariciones de la Virgen. 

 Mientras atendíamos a las explicaciones de la guía, observamos varios objetos de la época, incluyendo los zuecos de Bernadette detrás de una mampara de cristal, y una foto familiar. Una visita interesante sin duda.



Antes de abandonar el lugar, un par de fotos más




Ahora sí, nos vamos.

El sol estaba cayendo en el horizonte y había que volver al hotel, obviamente a pie y a marcha forzada porque la cena era a las siete de la tarde, un horario desacostumbrado para los españoles, pero los franceses son puntillosos con la puntualidad.

Después de una ducha rápida, a cenar: sopa de verduras, ensalada con variedades de quesos y jamón, ternera con salsa, repollo y judías (chauchas para los argentinos) con bechamel. De postre, “bomba” de crema pastelera. Fin de una jornada agotadora.  Los viajes de esta empresa no se caracterizan por comilonas pantagruélicas, pero no están mal. A las nueve de la noche, apoyé la cabeza en la almohada y quedé profundamente dormido, algo excepcional teniendo en cuenta que la rutina diaria es tomar contacto con la almohada alrededor de la una o dos de la madrugada. 

Como en nuestra anterior visita ya habíamos visto la tradicional procesión de cirios encendidos que se realiza cada noche en la explanada frente a la Basílica, esta vez el cansancio pudo más y preferimos no acompañar a Kuki y quienes quisieran seguirlo.

También debo puntualizar que obviamos fotografiar a la gran cantidad de inválidos, tullidos, y enfermos de índole diversa, que acuden a Lourdes empujados por la fe de que encontrarán allí la cura. Pienso que les debemos esta pequeña muestra de respeto. 




Al día siguiente, segundo y último del viaje, nos levantamos a las 07:00 y media hora después estábamos desayunando en el bufete libre del hotel porque el programa incluía la consabida sesión de venta de los productos de siempre: camas, colchones, mantas, cremas, máquinas extrañas, todo con efectos milagrosos para la salud. El vendedor, un profesional a todas luces, expuso todos sus recursos y vendió lo que pudo. Sólo esperábamos que la charla terminara pronto porque nos quedaba un par de horas antes del almuerzo y partida de regreso a casa.


Cómo ya habíamos visto todo lo que había en los alrededores del hotel, aprovechamos ese tiempo libre para hacer una recorrida final a bordo del Petit Train Touristique, que consistía en tres vagones arrastrados por un vehículo carrozado como locomotora. 

El “trenecito” como se llama en España a un tren pequeño, nos llevó a lo largo de 7,5 kilómetros y en 45 minutos, a la parte vieja y alta de Lourdes, con detenciones en el Museo de Cera, la base de un teleférico y delante del Castillo de Lourdes, testigo de la historia de la villa, que se levanta sobre un promontorio que permite tener una visión panorámica de la ciudad. El costo fue de siete euros cada uno. 

Nada extraordinario pero sí una actividad más en esta apretada visita a Lourdes.



Al mediodía estábamos de regreso en el hotel para el almuerzo y regreso a Mataró, donde llegamos a las 22:50. Todas las actividades resumidas en estos párrafos por un precio de 99 euros cada uno. Creemos que es razonable y, al menos en este viaje, no hay quejas importantes. El guía Kuki sustituyó las disertaciones didácticas por un eficiente trabajo logístico, un modo honesto de ganarse la vida.




El viaje de vuelta, en plena siesta, nos permitió admirar una vez más la hermosa campiña francesa, pensando en todo lo que puede rendir una tierra poco extensa pero bien cuidada. Si todos los territorios fértiles del planeta se explotaran debidamente no tendría por qué existir el hambre en el mundo. Verdad de Perogrullo, pero éste es otro tema.
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