Cómodamente sentado frente al televisor me dispuse a presenciar la transmisión del Gran Premio de Malasia, segunda carrera del año por el Campeonato Mundial de Fórmula Uno. Estas transmisiones son realmente atractivas y apasionantes para los fanáticos del automovilismo de competición. Y los pilotos son formidables, casi sin excepciones.
Oscar Gálvez y Juan Manuel Fangio
Que nadie crea que poder sentarse al volante de un F1 es fácil ni mucho menos. Casi todos comenzaron desde muy pequeños, desde los karting y pasando por las categorías inferiores. Otros muchos, seguramente muy buenos, no pudieron llegar a formar parte de ese grupo de élite por carecer de algo fundamental: el patrocinio económico que mueve todo este llamado “circo” multimillonario.
Los privilegiados, además de alcanzar la gloria deportiva, llenan sus cuentas bancarias con cifras alucinantes, y si además tienen poder mediático y son carismáticos, tanto mejor. Sin duda deben conocer el coche y sus partes, pero tienen a su alrededor ingenieros, colaboradores y personal listo para satisfacer la más mínima de sus necesidades. Así es este deporte hoy día….muy diferente a lo que era hace algunas décadas.
Quienes hemos ido acumulando años –contra nuestra voluntad- podemos comparar las distintas épocas que marcaron el avance de la Fórmula Uno, y si bien aplaudimos la capacidad conductiva de los pilotos actuales, no podemos menos que rendir tributo a los corredores de antaño, aquellos que debían engrasarse las manos para solucionar ellos mismos los problemas mecánicos de sus máquinas.
En los televisores vemos que antes de la largada, los pilotos son protegidos del sol con paraguas sostenidos por agraciadas muchachas de shorts cortos y sonrisas amplias. Sus trajes anti flama y guantes, además de cascos perfectos y seguros, los protegen de cualquier contingencia, y está bien que así sea. Hace mucho que afortunadamente no muere ningún piloto de Fórmula Uno por accidente en pista.
Nikki Lauda y Ayrton Senna
Al escribir este párrafo se cruzan en mi mente escenas de accidentes tremendos que costaron la vida, entre muchos otros, del sueco Ronnie Peterson en Monza y del brasileño Ayrton Senna –quizás el mejor piloto de F1 de la historia- en el circuito de Imola, San Marino, y de las horribles quemaduras que sufrió el austríaco Niki Lauda en Nurburgring, a las que sobrevivió, aunque con el rostro desfigurado de por vida.
El accidente de Senna fue captado por la cámara instalada en el coche del alemán Michel Schumacher, que tiempo después ganara ocho campeonatos mundiales.
También murieron en carrera el austríaco Jochen Rindt (en Monza), el canadiense Gilles Villeneuve (en Bélgica), y el francés Francois Cevert, en Watkins Glenn..
Ronnie Peterson y Francois Cevert
Estos son los accidentes que recuerdo en estos momentos a partir de la época en que comenzó a interesarme el automovilismo deportivo, influenciado en gran parte por vivir en Argentina, país en el que allá por la década de los 50 había una verdadera pasión por todo lo que tuviese que ver con los motores. Ese fanatismo fue alimentado en gran parte por la consagración de Juan Manuel Fangio cómo quintuple campeón mundial, y por la aparición en el ámbito nacional, de dos hermanos que se convirtieron rápidamente en ídolos indiscutidos, Juan y Oscar Gálvez.
Los aficionados argentinos seguían ávidamente todo lo concerniente al automovilismo deportivo en sus dos vertientes principales: la asombrosa campaña de Fangio en el orden internacional, y el llamado Turismo de Carretera, con legiones de seguidores dentro de las fronteras del país. Los autos eran coches de serie reformados por los propios pilotos, muchos de ellos mecánicos consumados.
El aspecto era similar en todos los casos. Predominaban los Ford y los Chevrolet, con sus guardabarros recortados, refuerzo de la suspensión y modificaciones internas por obra y esfuerzo de los pilotos-mecánicos. Como mejor se amalgamara esa conjunción más numerosos serían los éxitos.
A mediados del siglo pasado, la Fórmula 1 estaba dominada en forma abrumadora por marcas y pilotos italianos, y fue así que en 1949 llegó a Buenos Aires la troupè de hombres y máquinas en las que destacaban Ferrari, Maserati y Alfa Romeo, piloteados por los ases del momento: Alberto Ascari, Giuseppe Farina y Gigi Villoressi, todos italianos.
Los aficionados recuerdan ese 6 de febrero de 1949 como un día de gloria para el automovilismo argentino. La carrera se disputó en los bosques de Palermo, un circuito callejero con los aficionados al borde mismo de la pista, bajo una lluvia intensa y fría.
Oscar Gálvez –conocido más adelante como “El Aguilucho”- se ubicó codo a codo con los “monstruos” italianos, al volante de un pesado Alfa Romeo con el cigüeñal dañado, y contra todos los pronósticos cruzó la meta en primer lugar con una mezcla de audacia y talento, dejando atrás a sus rivales en un piso resbaladizo no apto para pilotos “normales”. ( Foto: Alberto Ascari)
Las fotos nos muestran a los pilotos sentados en ángulo de 90 grados, una especie de gorro de cuero como toda protección y aferrados a un enorme volante. Los cambios de marcha se hacían obviamente, con la palanca al piso. La contextura física era muy importante para dominar los pesados bólidos.
Después de esa carrera en Buenos Aires, Fangio se trasladó a Europa para dedicarse exclusivamente a la Fórmula 1, dónde aventajó a los casi imbatibles pilotos italianos hasta conquistar cinco títulos mundiales, al volante principalmente de Ferrari, Maserati y Mercedes-Benz.
(Foto: Alfa Romeo de Gálvez)
Por su parte Oscar Gálvez optó por quedarse en Argentina y dedicarse al Turismo de Carretera. En los primeros tiempos llevaba como acompañante a Juan, su hermano menor, pero éste más adelante piloteó su propio Ford y ganó nueve campeonatos. Se mató en 1963 por no llevar cinturón de seguridad, algo que hoy parece tan elemental. (Foto: Mercedes-Benz de Fangio)
Juan Gálvez decía que no lo usaba porque “tenía miedo de no poder soltarlo y morir quemado” en una eventual accidente. El accidente se produjo y la muerte ocurrió al salir despedido del coche en una curva del camino de tierra.
Oscar Gálvez –conocido más adelante como “El Aguilucho”- se ubicó codo a codo con los “monstruos” italianos, al volante de un pesado Alfa Romeo con el cigüeñal dañado, y contra todos los pronósticos cruzó la meta en primer lugar con una mezcla de audacia y talento, dejando atrás a sus rivales en un piso resbaladizo no apto para pilotos “normales”. ( Foto: Alberto Ascari)
Las fotos nos muestran a los pilotos sentados en ángulo de 90 grados, una especie de gorro de cuero como toda protección y aferrados a un enorme volante. Los cambios de marcha se hacían obviamente, con la palanca al piso. La contextura física era muy importante para dominar los pesados bólidos.
Después de esa carrera en Buenos Aires, Fangio se trasladó a Europa para dedicarse exclusivamente a la Fórmula 1, dónde aventajó a los casi imbatibles pilotos italianos hasta conquistar cinco títulos mundiales, al volante principalmente de Ferrari, Maserati y Mercedes-Benz.
(Foto: Alfa Romeo de Gálvez)
Por su parte Oscar Gálvez optó por quedarse en Argentina y dedicarse al Turismo de Carretera. En los primeros tiempos llevaba como acompañante a Juan, su hermano menor, pero éste más adelante piloteó su propio Ford y ganó nueve campeonatos. Se mató en 1963 por no llevar cinturón de seguridad, algo que hoy parece tan elemental. (Foto: Mercedes-Benz de Fangio)
Juan Gálvez decía que no lo usaba porque “tenía miedo de no poder soltarlo y morir quemado” en una eventual accidente. El accidente se produjo y la muerte ocurrió al salir despedido del coche en una curva del camino de tierra.
Era la época “romántica” del automovilismo en Argentina. Las carreras de TC se disputaban en circuitos de tierra con curvas sin peraltes y aficionados al borde mismo de la ruta.
Fue algo inevitable que en algunas ocasiones los pesados bólidos no pudieran ser dominados por los pilotos y arremetieran contra la multitud segando la vida de los imprudentes que habían decidido estar lo más cerca posible de sus ídolos. El precio que muchos pagaron fue demasiado elevado.
Mi interés por la Fórmula Uno se acentuó cuando entré a formar parte –una manera de decir- del “circo”. Como periodista tenía asignada la cobertura de los Grandes Premios de Argentina cuando Buenas Aires formaba parte del circuito internacional.
Los periodistas teníamos contacto con pilotos y máquinas antes y después de las carreras. Tocar esas maravillas mecánicas y oler el aceite quemado de sus motores era “lo máximo”, además de poder hablar con los pilotos prácticamente cuando se bajaban del coche.
Mi interés por la Fórmula Uno se acentuó cuando entré a formar parte –una manera de decir- del “circo”. Como periodista tenía asignada la cobertura de los Grandes Premios de Argentina cuando Buenas Aires formaba parte del circuito internacional.
Los periodistas teníamos contacto con pilotos y máquinas antes y después de las carreras. Tocar esas maravillas mecánicas y oler el aceite quemado de sus motores era “lo máximo”, además de poder hablar con los pilotos prácticamente cuando se bajaban del coche.
En ese ambiente tuve oportunidad de entrevistar al brasileño Emerson Fittipaldi y al austríaco Nikki Lauda. Hoy son recuerdos, pero de alguna manera son también vínculos que me atan al “circo”, hoy tan mediatizado y regido por el poder del dinero.
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5 comentarios:
Lastima que este año Ferrari no corra... Ah? Corren?? Como tienen 0 puntos... como los Force India....
Quiero hacer una corrección y es que Schumacher tiene 7 títulos, no 8 como dice en la nota (si no me equivoco, no???)
Asi es Ana. Son errores que cometo a propósito para ver si la nota se lee con atención. Saludetes.
Leída. Argentina.
Leida.Argentina.
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