José Trepat
En algún momento, en algún lugar, alguien cargará en su venerada cámara analógica, el último carrete de película que haya salido de alguna planta de producción. Será imposible determinar con exactitud y veracidad dónde y cuando ocurrirá, pero ese instante debería quedar grabado como símbolo de un capítulo cerrado en la historia de la fotografía.
Parece que fue ayer cuando aparecieron en el mercado las primeras y rudimentarias cámaras digitales, pero los vertiginosos avances tecnológicos sorprendieron a la industria analógica con la guardia baja (es la impresión que tengo, no dispongo de datos)y las marcas tradicionales se enfrentaron a la disyuntiva de adaptarse o morir.
Conviente puntualizar, antes de continuar, que la elaboración de estos párrafos responde a un "ataque" de nostalgia causado por un breve artículo sobre el último carrete de Kodachrome, y de ninguna manera puede tomarse como un análisis apoyado en datos, que por otra parte no voy a consultar. Es sólo reflejar la impresión que mi mente guarda de la época analógica.
Decíamos entonces que la fotografía digital irrumpió de una manera avasallante en el mundo que hasta entonces estaba dominado por el celuloide, los productos químicos reveladores y fijadores, bromuro, nitrato de plata, emulsiones y un sinfín de términos que de la noche a la mañana fueron reemplazados por otros diferentes: hologramas, bmp, bit, compresión, pixeles, y sobre todo uno que ya es parte de la familia, PHOTOSHOP.
La fotografía sigue siendo lo mismo: una imagen impresa en papel especial; lo que cambió es la manera de llegar a ese fin.
Las nuevas generaciones disponen de una apabullante gama de ofertas para acceder a una cámara fotográfica. La brecha entre capa social y poder adquisitivo se ha reducido notablemente y las fotos obtenidas por una cámara barata pueden competir decorsamente con otra de mayor precio. De todas maneras todo es mejorable cuanto más se conozca al amigo Photoshop, gran hacedor de milagros aunque éstos no existan.
La ventaja de poder tomar cientos de fotos a un costo cero, propicia la irrupción de millones de nuevos fotógrafos que, si por razones de edad no han tenido antes una cámara analógica, tal vez no le den a este arte el valor que merece. Es la ley del menor esfuerzo y no hay nada que reprochar. ¿Por qué no vamos a aprovechar lo que nos ofrece el progreso?
Pero quienes hemos pasado por varias etapas de la historia relativamente moderna de la fotografía sin duda lo miramos con otros ojos y nos gusta apreciar y valorar lo que nombres famosos como Cartier-Bresson, Robert Cappa o el argentino Pedro Luis Raota, por citar solo tres, hicieron con medios tan escasos y apoyándose fundamentalmente en su capacidad de plasmar un momento de la realidad.
Dijo Henri Cartier-Bresson (y esta frase sí que la busqué): "Cuando miras por una cámara y disparas, todo ocurre en un momento: lo que quieres fotografiar se presenta ante ti con un instante decisivo; unas veces estás allí para disparar y otras muchas no lo ves". Esa casta de fotógrafos ponían sus cinco sentidos en la búsqueda de ese instante decisivo. Actualmente, si se hace una secuencia de 20 tomas iguales, tal vez una sea aceptable. El resto se borra y a otra cosa.
En algún momento, en algún lugar, alguien cargará en su venerada cámara analógica, el último carrete de película que haya salido de alguna planta de producción. Será imposible determinar con exactitud y veracidad dónde y cuando ocurrirá, pero ese instante debería quedar grabado como símbolo de un capítulo cerrado en la historia de la fotografía.
Parece que fue ayer cuando aparecieron en el mercado las primeras y rudimentarias cámaras digitales, pero los vertiginosos avances tecnológicos sorprendieron a la industria analógica con la guardia baja (es la impresión que tengo, no dispongo de datos)y las marcas tradicionales se enfrentaron a la disyuntiva de adaptarse o morir.
Conviente puntualizar, antes de continuar, que la elaboración de estos párrafos responde a un "ataque" de nostalgia causado por un breve artículo sobre el último carrete de Kodachrome, y de ninguna manera puede tomarse como un análisis apoyado en datos, que por otra parte no voy a consultar. Es sólo reflejar la impresión que mi mente guarda de la época analógica.
Decíamos entonces que la fotografía digital irrumpió de una manera avasallante en el mundo que hasta entonces estaba dominado por el celuloide, los productos químicos reveladores y fijadores, bromuro, nitrato de plata, emulsiones y un sinfín de términos que de la noche a la mañana fueron reemplazados por otros diferentes: hologramas, bmp, bit, compresión, pixeles, y sobre todo uno que ya es parte de la familia, PHOTOSHOP.
La fotografía sigue siendo lo mismo: una imagen impresa en papel especial; lo que cambió es la manera de llegar a ese fin.
Las nuevas generaciones disponen de una apabullante gama de ofertas para acceder a una cámara fotográfica. La brecha entre capa social y poder adquisitivo se ha reducido notablemente y las fotos obtenidas por una cámara barata pueden competir decorsamente con otra de mayor precio. De todas maneras todo es mejorable cuanto más se conozca al amigo Photoshop, gran hacedor de milagros aunque éstos no existan.
La ventaja de poder tomar cientos de fotos a un costo cero, propicia la irrupción de millones de nuevos fotógrafos que, si por razones de edad no han tenido antes una cámara analógica, tal vez no le den a este arte el valor que merece. Es la ley del menor esfuerzo y no hay nada que reprochar. ¿Por qué no vamos a aprovechar lo que nos ofrece el progreso?
Pero quienes hemos pasado por varias etapas de la historia relativamente moderna de la fotografía sin duda lo miramos con otros ojos y nos gusta apreciar y valorar lo que nombres famosos como Cartier-Bresson, Robert Cappa o el argentino Pedro Luis Raota, por citar solo tres, hicieron con medios tan escasos y apoyándose fundamentalmente en su capacidad de plasmar un momento de la realidad.
Dijo Henri Cartier-Bresson (y esta frase sí que la busqué): "Cuando miras por una cámara y disparas, todo ocurre en un momento: lo que quieres fotografiar se presenta ante ti con un instante decisivo; unas veces estás allí para disparar y otras muchas no lo ves". Esa casta de fotógrafos ponían sus cinco sentidos en la búsqueda de ese instante decisivo. Actualmente, si se hace una secuencia de 20 tomas iguales, tal vez una sea aceptable. El resto se borra y a otra cosa.
Como han cambiado los tiempos. En la época que evoca la memoria, tomemos por ejemplo el primer día de clase. Había que ir a una plaza pública y allí, el fotógrafo y su enorme cajón de madera que tenía en su interior el papel y los líquidos para revelado y fijado, nos entregaba al cabo de algunos minutos la imagen de ese momento único.Hoy, esa jornada histórica queda registrada en decenas de imágenes y gratis.
Más adelante habíamos adquirido una cámara de plástico que cargaba un carrete de ocho fotografías de tamaño 6x4 centímetros, el que tendría la copia final una vez revelado el negativo. La foto era en blanco y negro, claro está.
La llegada de los carretes de 35 milímetros con posibilidad de tomar 24 o 36 fotos, cambió totalmente el mundo de la fotografía. Era increíble poder hacer "tantas fotos con un solo carrete. Claro que había que pagarlo y por eso cada toma se pensaba bastante antes de apretar el obturador. Después, el revelado y copias que también tenían su precio además de la "insorportable" espera de una semana o diez días.
Llegaron las diapositivas, esas transparencias que se proyectaban sobre la pared o una pantalla. En mi época recuerdo que solo había dos marcas en el mercado, ademas de Kodak. Ambas eran alemanas: Agfa y Perutz. Pero no era nada sencillo; había que enviar los carretes a Alemania para su procesamiento y eso demoraba a veces hasta un mes.
La compra de una cámara Minolta, de 35 mm, fue todo un acontecimiento. Me acompañó duante 30 años a muchas partes del mundo y, justo es decirlo, NO FALLÓ NUNCA. Esa sí que era Made in Japán, pesada y metálica. Hoy está confiada en herencia a un hijo que seguramente la pondrá de adorno en alguna estantería.
La fotografía fue siempre uno de mis pasatiempos favoritos y hasta llegué a instalar un laboratorio casero de revelado y copiado. Por todo el trabajo que insumía cada toma, desde el costo de la película hasta el onoroso proceso de revelado, sentía un respeto casi reverencial por la fotografía.
El paso siguiente fue una moderna Nikon analógica con objetivos intercambiables. No había digerido todavía el costo cuando de repente irrumpió en nuestras vidas la fotografía digital encabezada por marcas que hasta ese momento poco habían tenido que ver con esa industria.
Pero no pasó mucho tiempo -como era previsible- para que Minolta, Cannon, Ashai Pentax, Nikon y otras, abandonaran el sistema analógica para volcarse al recién llegado. ¿Que habrá sido de las miles de cámaras analógicas desplazadas de los escaparates por sus colegas digitales?
En un principio quizás haya sido un drama para las marcas tradiciones el decidir que hacer con sus stocks, pero al mismo tiempo se les abría un nuevo campo al que entraron con todo vigor.
Justo es decirlo: los fotógrafos que sentían su actividad como un arte, siguen haciéndolo y nos ofrecen imágenes maravillosas, aunque eso sí, con menos esfuerzo que en el pasado y con un nuevo amigo, el incombustible Photoshop.
2 comentarios:
Hermosa y justa nota para los amantes de las imágenes, artistas, bah.
Sí, antes se preparaba y cuidaba más cada foto. Ahora es como hacer chorizos: "gatillá 100 que cuatro o cinco saldrán bien". Pero ojo, que no estoy en contra de la fotografía digital, bienvenidas sean todas sus ventajas. Slds.
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