13 de mayo de 2009

VIAJES - Bélgica (III) Bruselas

Continuamos en Bruselas Los restaurantes ocupan toda la acera

(Tomar nota que las fotos que pueden verse ampliadas con doble click son las de tamaño medio y pequeño).

Provistos de folletos y un plano de la ciudad con sus difíciles nombres de calles, en los que las vocales se intercalan trabajosamente entre tantas consonantes, nos encontrábamos finalmente en el centro de la Grande Place que tanto había visto en fotografías con los arreglos florales multicolores que alfombraban los adoquines.

Esta vez no estaba la carpeta floral, pero sí una enorme ilustración de un conocido personaje de historieta belga, el que podía observarse mejor desde una tarima instalada al efecto. Al igual que en todos los centros de aglomeración turística, llámese París, Roma o Florencia, artistas aficionados habían instalado sus caballetes y plasmaban sus obras en los lienzos que luego intentarían vender.













Todos los edificios que enmarcan la Plaza Mayor son de una belleza impactante y cada detalle es registrado por las lentes de las cámaras fotográficas. Entre ellos resalta el Ayuntamiento por la altura de su torre central (97 metros), en cuyo extremo descansa la estatua de Saint Michele, el patrono de la ciudad.

Pensar que esta torre fue construída entre 1402 y 1455, cuando todavía no se había descubierto América! No puede sentirse más que admiración por quienes diseñaron y construyeron estas maravillas, especialmente por los esforzados obreros que, encaramados a esas alturas colocaban piedra tras piedra con una precisión que asombra.

Como decíamos más arriba, estábamos en medio de la Grande Place con el plano en la mano buscando nombres en letras de mayor tamaño, para incluirlo en la visita. Así que pegado a Grande Place estaba el nombre Grote Markt. Pensábamos que se trataba de algún mercado importante pero no sabíamos donde estaba.

Diálogo parco
Cuando se está en un lugar extraño y algo no se sabe, hay que preguntar y esa fue la decisión al ver pasar a dos mujeres policías vestidas integramente de azul, que avanzaban a paso firme alejándose de nosotros. Me les acerqué por detrás y para llamar su atención, le solté un “excuse moi!”

Se giraron y quedaron a la espera de lo que vendría.

Enemigo de los preámbulos y formulismos en casos como éste, en lugar de “Voulez vous ….etc?, dije simplemente enfatizando el tono de interrogación: “Grote Markt???”, señalando el mapa.

- GROTE MARKT!! dijo una de ellas dando un fuerte zapatazo en el suelo adoquinado.

- GROTE MARKT? volví a preguntar imitando su zapatazo.

- GROTE MARKT!! dijo con un nuevo taconazo. Evidentemente ninguna de las partes tenía propensión al diálogo.

- GROTE MARKT , acepté con voz más débil, a modo de agradecimiento y despedida.

A pesar de la mezquindad de palabras en esta anécdota –absolutamente real- no vaya a pensarse que los belgas no son abiertos y amables con los extranjeros, sino todo lo contrario, como pudimos comprobarlo durante nuestra breve estadía.

En bares y restaurantes los camareros atienden con diligencia y buenos modales. Todos entienden y hablan el inglés y hasta el castellano en algunos casos. Se respira cultura. Nos agradó sobremanera la forma en que sirven un simple café. Tazas medianas y siempre acompañado con un chocolate y una pequeña galletita. En esto hay diferencia con España, donde el café viene pelado de todo aditamento. Es verdad que no incluye un vaso de agua como la buena costumbre argentina, que sería digna de imitar. Pero en resumen, el café belga se merece un aprobado.


En lugares públicos, para acceder a los lavabos, hay que oblar 30 céntimos, y en algunos sitios el precio incluye la visión de los hombres haciendo uso de los mingitorios pues la puerta de acceso permanece abierta y las mujeres que hacen fila para ingresar al lado opuesto, se encuentran ante ese “espectáculo” no previsto. Costumbres que le dicen, pero nadie se horroriza.

El consumo de cerveza es masivo en los bares. Bélgica alardea de tener 400 clases de esa bebida, que por otra parte es muy buena. Otro tanto a favor.

La crisis económica mundial también alcanzó a este país, como es lógico pensar, pero no hay señales visibles, por lo menos en los puntos turísticos, donde bares y restaurantes se ven muy concurridos no obstante la oferta de establecimientos.

A través de medios gráficos locales no enteramos de que para paliar la crisis, los sindicatos y empresarios acordaron suspensiones parciales y rebajas de salarios, con el fin de evitar los despidos masivos. Una manera inteligente de tirar todos del mismo carro.


Como una variante de los archiconocidos McDonald, decidimos probar la cocina turca, que resulta muy sabrosa y abundante por un módico precio.
Ignorábamos que el plato típico de los belgas son …..los mejillones. Curioso, ¿no?. Los “mosslen” como se llaman aquí, se sirven en todos los restaurantes del país. Se consumen diariamente miles de estos moluscos.¿No habrá peligro de extinción de la especie? En fin, problema de los belgas y de los propios mejillones.














Una pausa hasta la próxima nota.

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